(Imagen de Victoria Frances)
-Eres algo tan inexplicable, tan insípido pero a la vez extasiante, si te lo permitiera me harías enloquecer fácilmente… y eso no te conviene, no querrás saber lo que alguien como yo es capaz de hacer si llega a ese estado.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, sentía su aliento en mi cuello y su voz, fuerte y sin duda sensual, tan sólo escucharlo me producía una sensación placentera.
-¿Quién eres?- logré apenas pronunciar entre susurro
-¿Y me lo preguntas tú? Si me has llamado desde que dejaste de soñarme.
-Pero… ¿cómo es que dices eso?
-Mi nombre es Thomas mademoiselle, y esas son cosas que no se dicen; sin embargo, es un placer haberla complacido en sus deseos.
Y como si se lo hubiese llevado el viento, se fue, al voltear no logré verle ni su sombra. Me sentía asustada, intrigada y aun sin darme cuenta si quiera, me sentía seducida… era tan inusual, ¿qué se supone que debía hacer con esa sensación? Lo único cierto, es que cada vez que lo sentía pensaba en él con más fuerza, con más deseos de conocerlo, de verlo, de tocarlo.
Bajé de nuevo, ya era algo tarde, es increíble como el día puede pasar tan rápidamente sin que uno lo note si quiera cuando se la está pasando bien, mi madre que siempre se queja de sus migrañas hoy no ha tenido ni una sola en todo el día, y mi papá que siempre es el primero en decirnos que los mayores placeres vienen con moderación, ni siquiera ha notado lo avanzada de la noche, sin duda las más alegres con esto son mis hermanas. Pues bien, decidí ir al lado de mi padre, siempre me he sentido mucho mejor con el que con cualquier otro miembro de mi familia, el me observaba, con esa mirada que siempre tenía en sus ojos al verme, llena de ternura y amor, platicaba y me presentaba, hablaba de mi como si de su tesoro mas preciado se tratase, supongo que de alguna forma he sido la consentida de mi padre; todo parecía pasar con naturalidad hasta que unas personas que jamás había visto antes en la casa se nos acercaron, un señor bastante distinguido al parecer conversaba con mi padre, elegante y educado, de buenas costumbres y sin lugar a dudas con mucha presencia, unas cuantas canas asomaban entre su negra cabellera, su piel parecía tan tersa con un tono un tanto inusual pero hermoso. Mi padre no tardó en presentarme:
-Elizabeth te presento al señor Christophe Dupreé, viene de Francia por una larga temporada, se hospedará con nosotros, espero que lo trates con las debidas atenciones.
-Señor Dupreé le presento a mi hija, Elizabeth Riagi, la mayor de mis tres hijas. Es una lástima que no estén por aquí sus hijos, me gustaría conocerlos, solo tuve el placer de escuchar a su hija hace unas horas, muy talentosa por cierto.
El señor Dupreé y mi padre entablaron una alegre conversación enseguida, comentaban sobre sus familias, libros, y sus viajes por supuesto. Noté esa mirada sonriente y sugestiva de mi padre, seguramente ahora que el señor Dupreé había comentado sobre su hijo, mi padre había hallado un posible esposo para mí, para mí que en lo último que pensaba, era en casarme.
Me retiré al salón de baile, debía bailar aunque fuese una pieza para no verme mal ante las amistades, y siendo que tendríamos huéspedes, prefería evitarme las malas caras de mi madre por la mañana.
Mi vida podía llegar a ser tan monótona, incluso en las fiestas, que comenzaba a envidiar a las mujeres del servicio, a las que escuchaba algunas noches festejar y reír a carcajadas algunas noches afuera de la casa de la servidumbre. En mi casa, en mi familia, reír a carcajadas era sinónimo de vulgaridad y totalmente inaceptable, realmente deseaba ir a mi cuarto lo más pronto posible, bailar con jovencitos burgueses sin personalidad, y todos tan iguales no parecía nada entretenido.
Al fin, a eso de la media noche pude despedirme amablemente de todos y subir a mi cuarto. Mientras caminaba, sentía a alguien detrás de mí, podía incluso escuchar el eco de sus pasos, me apuré a llegar a mi habitación y aseguré la puerta, la ventana estaba abierta y el viento estaba realmente frío, fui a cerrarla, y encendí el fuego para calentar un poco, me cambie mi vestido por la ropa de dormir y fui directo a mi cama. Me quedé pálida, helada al verlo sobre mi cama, ahí estaba él, mirándome con unos ojos grises sedantes, sonriéndome de una manera un tanto sarcástica, era algo indescriptible, poseía una belleza que ninguna palabra podría siquiera llegar a reflejar un poco de cómo lucía. Mi corazón parecía querer salir de mi pecho, mi respiración era agitada y ni siquiera sabía cómo reaccionar, qué decir mis labios parecían querer pronunciar cada pensamiento que pasaba por mi cabeza, mis ojos estaban fijos en los suyos, era algo más allá de cualquier sensación que hubiese podido experimentar antes.
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